La libertad no se grita, se habita
Un país nunca será libre si su pueblo vive encadenado por dentro.
La libertad no se conquista en las calles si no ha nacido primero en el alma.
Nos han hecho creer que la libertad es un derecho político, una bandera, una victoria externa. Pero ¿cómo puede un pueblo luchar por su libertad si ha sido educado, generación tras generación, para ser esclavo?
No esclavo de cadenas físicas, sino de una mentalidad sumisa, temerosa, resignada.
Un ser humano no es libre si no se ha liberado de su propio miedo.
Y no hay miedo más profundo que aquel que ha sido sembrado desde la infancia:
el miedo a pensar, a sentir, a cuestionar, a decir “no”,
el miedo a merecer algo mejor.
El miedo a soñar en voz alta.
La esclavitud más peligrosa no es la impuesta por un gobierno.
Es la que aceptamos como normal.
Es la que vive dentro de nosotros cuando creemos que no valemos, que no podemos, que no merecemos.
Muchos pueblos han sido sometidos por la fuerza, sí,
pero la verdadera opresión comienza cuando el opresor ya no necesita estar presente:
porque sus ideas viven en nuestra mente,
sus reglas en nuestros corazones,
y su miedo se ha convertido en nuestra voz interior.
¿Cómo cambiar un país, si no cambiamos nuestra relación con nosotros mismos?
¿Cómo construir una nación libre, si llevamos el alma encarcelada?
La libertad se forja dentro:
cuando sanamos nuestras heridas,
cuando rompemos los pactos invisibles con el dolor,
cuando soltamos las lealtades familiares que nos atan al sufrimiento,
cuando dejamos de repetir patrones emocionales heredados.
Sólo un corazón libre puede reconocer la verdad.
Sólo una mente libre puede imaginar un mundo distinto.
Y sólo un alma libre puede sostener el fuego de una revolución verdadera.
No se trata solo de cambiar gobiernos.
Se trata de dejar de ser esclavos por dentro.
Desde el eco de mi interior,
D'Rova